Sunday, February 25, 2007

RUSHINGS


"We are the priests of the temple of Syrinx
yea, the gift of life is held within our walls"
The Temples of Syrinx
Rush


Los muros son altos, negros, inalcanzables.
Y detrás de estos se esconden ellos,
los sacerdotes del templo perdido,
de la vida y la muerte.
No dejan entrar a nadie que no toque con sus manos duras
ni al pobre, ni al vivo, ni al simple hombre.
Sin antes haber visto que pase por él ese perro terrible de la nieves
-el guardián indomable de las indestructibles puertas-.

Solo un hombre lo ha hecho
ha vencido al perro
guardián
y tocado esas puertas:
traspasado las murallas
y hablado con los sacerdotes.

Ese hombre,
que fue hombre, héroe legendario
que cruzó ese desierto
con solo su fuerza y su astucia
nadó el río,
sin fondo,
sin siquiera mojarse,
atravesó
el denso bosque de árboles que tragan almas.
Y llegó al páramo blanco y frío
y se enfrentó al can terrible de fauces obscuras
y garras temibles.
Lucho por días, meses, años
entre copos de blanca y glacial agua.
Estatuas de hombres congelados, vencidos.
Hasta que, al fin, sostuvo entre sus manos las patas del perro nevado, y lo domó.

Entonces se enfrento a la puerta;
a esos muros tan altos que servían de puente entre las estrellas.
Y entró al templo sagrado de Syrinx.
Cruzó pabellones nunca antes visto por ojos humanos, o de nadie, y se adentró
en campos elíseos de belleza estatuaria.
Y vio, frente a él, la montaña divina del Xanadu.
Tardó más siglos en escalar a la última cima del monte y al llegar
vio todo frente a él,
la vida perdida, la muerte escondida,
y todo lo demás que los guardianes guardaban.
Comió, bebió, se sació de todo. Y está ahí.
Solo.
En la cima de Xanadu.
En espera de alguien que llegue a acompañarlo.

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